domingo, 25 de mayo de 2008

Susurro

Pienso en tu voz susurrándome al oído,
aunque sea la lista de la compra,
y cierro los ojos
y trago saliva
para no ahogarme
de placer,
del gusto indescriptible
de sentir tu aliento,
tu humedad
que me salpica
la gota necesaria
que eclosiona
mi íntima semilla.
© Anabel



jueves, 15 de mayo de 2008

Pepe y Marta



Una mezcla de inconstancia y poca atención es lo que le da la apariencia de despistado; un despistado agradable, con el cabello bastante largo y despeinado, rizado y algo canoso, con cierto aire hippy, con cierto atractivo. Tal vez americanas de pana o chaquetas de lana sobre camisetas roídas, pantalones vaqueros que parecen seguir la nueva moda de enseñar los calzoncillos pero que en él es simple vagancia: no se pone el cinturón aunque se lo regale Marta. Zapatos, sí, las deportivas para cuando sale a correr con el perro.
Desordenado, su escritorio está lleno de papeles y bolígrafos: si no ve 3 ó 4 bolis por la mesa, no se sienta a escribir tranquilo. Manía que le quedó de cuando escribía a mano, sin ordenador, y temía quedarse sin tinta. Le costó habituarse al teclado, porque, como un niño que pasa directamente a caminar sin dar el paso de gatear, Pepe pasó al ordenador sin tocar una máquina de escribir después de haber logrado en el dedo corazón de la mano derecha el cayo más espectacular que nadie haya visto y después del enésimo ruego de su editor por que le presentara los borradores en un estado medianamente legible.
En sus cosas no habrá orden, pero su mente clasifica perfectamente todos los documentos, argumentos, frases que necesita para escribir sus obras. Tiene una memoria infatigable, casi más amplia que la de su ordenador, para datos biográficos o citas de sus escritores preferidos. Puede pasarse horas hablando sobre creación literaria y quedarse mudo cuando el fútbol aparece en las conversaciones con sus amigos o cuando Marta le recrimina que no hace nada por la limpieza doméstica. Puede olvidarse de regalar el día del aniversario, pero, de vez en cuando, al pasar por delante de una floristería recuerda que está enamorado y compra una maceta de pensamientos violetas que Marta pone en la ventana del dormitorio junto a la de margaritas que le regaló el mes pasado.
Aunque tenga apariencia tranquila e inofensiva, tiene un punto temible. Cuando éste le da, no hay quien lo pare: hace lo que se le antoja pase lo que pase; en ese momento, nada le importa. En el anterior cumpleaños de su cuñado Javi, decidió no ir en el último instante. Todos le esperaban, además él era el encargado de llevar los regalos. La fiesta empezó: "Vale más que nos pongamos a cenar. A Pepe le ha dado el punto", ante tal aseveración de Marta, se sentaron a la mesa y comenzaron la reunión sin él y sin extrañamiento.
Cuando se estaba acabando, amaneció en el rellano, sin los regalos, y con alguna copita de más. Marta lo cogió por el brazo y le dijo: "Vamos, Pepe, vamos al coche. Te llevaré a casa." Y le dio un beso húmedo en la mejilla con el que Pepe abandonaba el trance y se daba cuenta de que la quería con todo su corazón.
© Anabel