martes, 24 de marzo de 2009

Producto de temporada



¿No la oléis? Sus rayos de luz ya empiezan a invadirnos en las tardes más largas y en las temperaturas más suaves. Los almendros y los cerezos florecen y nubes de esporas nos avisan de que los alérgicos debemos estar en guardia. Preparamos nuestros tiestos, nuestras ropas frescas y de alegres tonalidades, las sandalias quitan el puesto a las botas y pintamos de rosa nuestro sentir. Asoma por el calendario el preludio de unas fantásticas vacaciones y un sol apoteósico. Se nos antoja que cualquier cosa es posible, que sólo se puede ir a mejor; se abren las puertas y las sonrisas, se enseñan escotes y descapotables. Llega, llega la primavera: echad la alfombra roja.
Pero, en aquellos días tan soleados que pareciese que la vista alcanzase hasta más allá de la línea del horizonte, me gustaría poder comprar un paquetito de niebla, como quien compra un quilo de fresas en pleno diciembre. Una niebla fina, pero espesa, húmeda, pero no mojada, que teja una burbuja opaca alrededor mío, donde me sienta protegida del exterior y sólo pueda percibir lo que realmente desee. Escondida detrás de moléculas de vaho, a salvo de miradas y comentarios, libre en mi reducido universo, puedo huir de la excesiva belleza, de la empalagosa confraternización, de la luz en demasía, de la ceguera de poder verlo todo.
Debería haber guardado un poco de niebla en un bote de cristal, como quien guarda una naranja en el bolsillo por si la sed aprieta, para escapar de las canículas y poder reconfortarme en la tibieza de una manta y el calor de una taza de té.

© Anabel

viernes, 13 de marzo de 2009

Recopilatorio de causas perdidas


Lavarme las manos en el barro de tu corazón,
respirar efluvios venenosos de flores con espina,
despilfarrar el tiempo pensando utopías,
escuchar los suspiros del alma de las paredes,
anochecer temprano para huir lejos,
amanecer tarde para no regresar jamás.

Apuestas imposibles
de axiomática inutilidad,
de intachable demencia;
ininteligibles ideas
pululando por mi aislada habitación
que atrapa las libélulas con miel
para luego arrancarles las alas
despacio,
de una en una.

Exvotos volátiles,
perecederos paleópteros
llenan a rebosar el cofre de los tesoros
de mis causas perdidas.
© Anabel

domingo, 1 de marzo de 2009

Terciopelo Húmedo




“¡Ta,ta,tadeo el tar, tar, tartaja!”
A pesar de que se supone que el avance de curso conlleva mayor maduración y acopio de inteligencia, la poca originalidad de los compañeros de clase se hacía patente cada año y lo peor era que Tadeo no podía contestarles pues, antes de que hubiese acabado la réplica, se habrían ido con muecas de aburrimiento o habrían vuelto a mofarse de él. No le quedaba más remedio que callar, pasar por delante de ellos como si estuvieran contando un chiste malo hasta llegar al pupitre. Calvario que se repetía cada mes de septiembre. Las chicas suponían un camino mucho más tortuoso. A la mayoría les daba pena; muy educadas y cariñosas, le hacían caso con cierta dosis de curiosidad, pero al cabo de unos minutos, la impaciencia innata en los niños no era capaz de esperar a que acabara la oración y la inconsciencia las cogía desprevenidas cuando alguna risilla se les escapaba por entre esos dientes intermitentes. Aburridas, al segundo trimestre, le habían perdido la compasión. Tadeo aprendió, mucho antes de poder decir su nombre de un tirón, que su vida iba a ser muy solitaria.
Su introspección crecía con la edad, sólo encontraba placer en la lectura y en la música. Las vacaciones de verano, hasta cumplir los dieciséis, las había invertido en aprender a tocar la guitarra y en hacerse una biblioteca de literatura fantástica, aficiones que le obligaban a construir un mundo interior rico, libre de miradas expectantes por ver cuánto más iba a repetir la misma sílaba. Averiguó que era rápido de pensamiento, que sus manos no tartamudeaban con las cuerdas de una guitarra, ni su voz cuando las acompañaba con las letras de las canciones que componía. Descubrió que podía encontrarle un sentido a la vida en soledad y dejó de desear haber nacido ciego.
Tan ensimismado en erigir su universo particular pasó el verano que no se dio cuenta de que su exterior había crecido unas cuantas pulgadas y lo que le rodeaba le pareció más pequeño, más insignificante que cuando estaba a su misma altura. Sorprendentemente, ningún pasillo de niños le esperaba para recibirlo con la consabida cantinela, llegó hasta el pupitre como uno más. Miró hacia delante y hacia atrás esperando que todo fuera el preparativo de una broma mayor, pero empezó la clase sin haber oído la frase tan temida. Intuyó, por primera vez, en qué podía consistir ser normal. En el recreo, mientras leía “El Retorno del Rey”, oyó una voz dulcemente femenina que le hablaba. Levantó la vista y vio a la chica más hermosa que jamás hubiera imaginado que existiera más allá del mundo de las hadas y los elfos. En un acto reflejo, apretó los labios, volvió a poner la mirada sobre el libro con la esperanza de que ella se sintiera menospreciada y se fuera para evitarse el bochornoso trance de iniciar una conversación.
-Te digo que a mí también me gusta mucho “El Señor de los Anillos”. ¿Sabes que Tolkien era un profesor de universidad que se inventó todo un universo y hasta un idioma?
Tadeo suspiró, no iba a tener más remedio que abrir la boca.
-Sí.
-Me llamo Elisa, soy nueva aquí, a mi padre lo trasladaron este verano. La verdad es que no me gusta mucho esta ciudad, es muy pequeña, provinciana, prefiero la capital, es más emocionante. ¿Has estado alguna vez en Madrid?
-No.
-¿Es que quieres que me vaya? –esos ojos almendrados le obligaban a responder.
Un silencio que a Tadeo le pesaba como el hierro, se apoderó de la corta distancia que había entre los dos. Le hubiera gustado decirle tantas cosas, pero no iba a lograrlo, al menos en un tiempo prudencial, así que debía ser breve y elegir bien qué decir.
-No, no tevayas. Me, me, me gusta oírte –cerró el libro, se acercó a ella un poco más y le prestó toda su atención-. Me, me, mellamo Ta, ta, tadeo.
Si Arwen tenía una sonrisa no podía ser más bella que la de Elisa, tras la que comenzó a explicarle el horrible verano que había tenido, que había dejado a todos sus amigos en Madrid, que estaba muy enfadada con sus padres, que el instituto al que iba a ir era mucho mejor que éste… Tadeo escuchaba cómo pronunciaba las eses al final de palabra, como las dejaba sonar tan sólo un instante más, cómo tomaba el aire en los momentos justos para hacer la pausa, cómo se apartaba su melena castaña con las dos manos, la retorcía formando una cuerda de aspecto sedoso y lo miraba a los ojos como si no supiera de su tartamudez.
-Si, si, siquieres, te, te, tedejo “Las, las, las dosTorres”.
-¿De verdad? Me encantaría, perdí el libro en el traslado y no lo he podido acabar. ¿Me lo traerás mañana?
-Sí.
-¿No te olvidarás?
-No.
Elvira rió, era una risa limpia y clara como el chorro de una fuente. Él la miró reticente, imaginó que se estaba burlando de él.
-Eres la persona que mejor me escucha del mundo.
-Esque, hablo, muy, muy, muymal –Tadeo no pudo evitar sonrojarse.
-No te preocupes, yo hablaré por los dos, tú sólo tendrás que escucharme –y volvió a refrescarse el aire con su risa-.
Estaba dispuesto a escucharla toda la vida si eso le permitía rozar sus labios con la yema de los dedos, incluso por nada.
Lo primero que hizo al llegar a casa fue meter en la mochila el segundo volumen de “El Señor de los Anillos” y bendecir el día en que compró la trilogía con todos sus apéndices; agarró unas cuantas canicas, se las metió en la boca y empezó a hacer lo que se había jurado que nunca haría: practicar frente al espejo.
Por primera vez en su vida estaba ansioso por ir a clase, por alcanzar la última manzana antes del instituto para verla llegar desde lejos, por ser salpicado por su risa y su pelo, por sentir su mano sobre el brazo, por oír esa voz maravillosa. El trimestre pasó mucho más rápido de lo que hubiera deseado, pero la semana de exámenes redimió la premura del tiempo. Tadeo ayudaba a Elvira con las matemáticas y pasó varias tardes en su casa merendando, mirando vídeos por YouTube, oyendo música, jugando con los números y miradas furtivas. La tarde anterior al control, el estómago de Tadeo era tan pequeño que no podía ingerir ni una patata frita de las que la madre de Elisa les ponía junto con una botella de Coca-Cola. Se había pasado toda la noche ensayando frente al espejo con la boca llena de canicas la frase que desde hacía semanas quería decirle. Respiró profundo y pensó que el mundo no era de los cobardes. Se giró y cogió por los hombros a Elisa, abrió la boca y salió un te repetido; así que echo mano del plan dos: lanzó sus labios sobre los de ella. Elisa no se apartó, le miró con una gran dulzura y sonrió. Tadeo pensó que había llegado el momento de saber a qué sabe una boca que no tartamudea. Besó primero, tímidamente, el labio superior, luego, más decidido, el inferior y se abrió paso con su lengua que, asombrosamente, no temblaba en absoluto. Descubrió que podía haber un mundo en la boca de una mujer, que podía ser infinita la cavidad de los que no tienen eco, saboreó su lengua dulce, como no podía ser de otra manera, con el punto de sal de las patatas fritas. Hubiera seguido una hora más, pero pensó que no podía abusar y, suavemente, se separó. Elisa seguía con los ojos cerrados y la boca entreabierta. No pudo evitar tocar esos labios con las yemas de los dedos. Terciopelo húmedo.
En el segundo trimestre, la noticia de la relación del tartaja con la “buenorra” de Elisa había despertado muchas envidias y comentarios de incredulidad de algún que otro repudiado por la madrileña. Uno de los últimos, Julián, un matón del curso superior, esperó a Tadeo una tarde en el patio. Empezó a insultarle con la misma retahíla de improperios de siempre; Tadeo, inmunizado de tanta estupidez, pasó de largo sin prestarle la más mínima atención.
-Que sepas, tartaja, que Elisa es una zorra, pero tú no tienes huevos de pasar de darle besitos. ¿Qué te has creído?, ¿que un tartaja de mierda se la va a tirar? Antes se irá con un tío de verdad, uno como yo. Ya lo verás, esa quiere un hombre no un disminuido como tú.
Tadeo no sabía que la ira pesaba, que su sabor era como hiel en la lengua que le obligaba a tener nauseas ante tanto desprecio. Se le amontonaron todas las palabras de odio en la garganta e intentaron salir propinándose empujones unas a otras en un lenguaje perfectamente adoptable por los orcos, orcos enfurecidos escupiendo por la boca la sangre que ya no les cabe en la cabeza. Julián no podía contener las carcajadas al verlo en semejante estado, se doblaba mientras Tadeo se acercaba a él enfurecido.
-Ay, que me parto, Dios, qué patético eres, si te viera Elisa se partiría de ri, ri, risa, ja, ja, ja.
Cargó todo el rencor contenido durante tantos años en el puño derecho proyectándolo contra su cara. Julián cayó largo al suelo, con la nariz rota y la cara ensangrentada.
-Elisa no es una puta, gilipollas.
Tadeo fue expulsado del instituto por una semana. Si alguna vez hubiera tenido el respeto de sus compañeros podría haber dicho que lo había recuperado, pero eso no le importaba ya. Al enterarse de su hazaña, Elisa fue corriendo a su encuentro, en cuanto lo vio, se echó en sus brazos y le besó. Era el mejor premio que podía recibir.
El tercer trimestre se presentaba sombrío, aterrador. Un ascenso obligaba al padre de Elisa a mudarse a las Islas Baleares esta vez. Ella había intentado por todos los medios convencerlo de que se mudara sólo él o que la dejara a ella al menos durante el verano, antes de que comenzara el nuevo curso. No hubo forma, a finales de junio Elisa desaparecería de la vida de Tadeo. Los dos jóvenes decidieron pasar juntos el mayor tiempo posible, con la excusa de los deberes, no les fue difícil lograrlo. Elisa planeaba viajes para el verano en los que poder verse, Tadeo asentía con la cabeza a todo lo que ella ideaba, verla tan preocupada por no poder estar juntos le complacía pues era la mejor muestra de que sentía algo por él. Una tarde, en casa de Tadeo, Elisa ideaba el enésimo viaje.
-Mira, en esta página de Internet, he encontrado unos billetes de ferry muy baratos si los compro ahora, lo malo es que hay que pagarlos con tarjeta de crédito y yo no tengo. Puedo quitársela a mi madre, para cuando se entere ya estarán comprados…
Se sentía culpable por disfrutar de su dolor. Posó los dedos sobre sus labios aguantándolos unos segundos para deleitarse con el terciopelo húmedo; sacó la guitarra del armario empotrado, se sentó en la cama y le cantó una canción que había compuesto para ella.
-Te quiero, Elisa –le dijo cantando en la última estrofa.
Se besaron con ansía, dejando atrás los pudores, los miedos. Elisa le desabrochó los pantalones y Tadeo la paró.
-Si tú no, no, noquieres, yo no quiero obligarte…
-¿No lo deseas, Tadeo?
-Pu, pu, puesclaro.
-Pues calla y bésame que lo haces mucho mejor.
Sólo con el ensayo de los sueños y los deseos, abrieron el paquete del sexo con torpeza, con el asombro de lo nuevo, con el ansia de quien recibe un regalo inesperado. El cuerpo desnudo de Elisa era lo que compensaba los esfuerzos y penurias, las horas de soledad, las palabras contenidas. Era lo que más quería y deseaba en el mundo, más que superar la tartamudez. Descubrió que el terciopelo húmedo se extendía por toda su piel y conquistó parajes vírgenes que se le entregaron completamente. Sintió morirse dentro de ella, romper el caparazón que durante dieciséis años le había constreñido; se sintió resucitar y crecer y volar e invadió los ojos almendrados que repetían su nombre en un suave tartamudeo.

Llegó el temido junio con un apacible calor y un sol compasivo que iluminaba un paisaje que no podía ser alegre. Le dolía el estómago al recordar las lágrimas de Elisa despidiéndose desde la ventanilla de atrás del coche, señalándole el anillo, en alfabeto tengwar edición limitada, que adornaba su dedo.
Aquel verano hubo dos huecos en Tadeo: uno enorme en el corazón y otro en la biblioteca. El último, nunca lo repondría.

© Anabel