domingo, 23 de mayo de 2010

8 días de mayo



Podía haber empezado con los fuegos artificiales de las fiestas de mayo o con el anuncio de los recortes salariales o con las revueltas en Grecia o con la nube de cenizas del volcán islandés, pero otro indicio se había adelantado: la mañana en la que Beatriz tuvo la certeza de que estaba sola.


Su revelación era tan apabullante como el hecho de que el mundo estaba sufriendo una de las mayores convulsiones de las últimas décadas. Ella convulsionaba al mismo tiempo que el escenario donde se encontraba, de la misma manera que, desde hacía tiempo, se esperaba un cambio drástico mundial, un cambio del que sólo quedaba saber cómo y cuándo. Supo que el cuándo había llegado y que el cómo le explotaría en el epicentro como la erupción del volcán de nombre impronunciable. Ser consciente de que se va a recibir un golpe no atenúa el impacto, ni el dolor, ni los arañazos en el estómago. Realmente ni mitiga, ni prepara, no sirve para nada y la caída, no por evidente, es más liviana. El espejo la mostraba tirada de bruces sobre el suelo de su futuro inmediato, un futuro que, por primera vez en toda su vida, se conjugaba en singular; un futuro sin límites, sin balances, sin resumen de cuentas, tan infinito como su miedo y como su pasado. Tanta libertad, tanto campo abierto le producía una sensación de desamparo, de estar suspendida en el aire sin red ni paracaídas, rodeada tan sólo de vacío. Un bebé desconsolado que el cobijo de una simple manta apaga su llanto. Pero ella no tenía quién le proporcionara dónde asirse o una manta con que cubrirse. Debía convertirse en la hacedora de su propio consuelo, de su propio y, esta vez, único destino. Se permitió unos días de duelo en los que recuerdos amargos fluían rabiosos con la impresión de haber perdido mucho más que un montón de años, mucho más que la juventud, de haber dado mucho más de lo necesario, mucho más. Mimetizó su vacío interior con el que la rodeaba y fue la patente unicidad que desde hacía tanto tiempo había presentido la que la guareció. Ese fue el verdadero principio.


Y empezó a acotar el dolor, a poner diques a lo infinito, a delimitar su camino, a reorganizar el armario y a lavar todas las sábanas. Decidió ser ella como nunca lo había sido, buceando en las habitaciones cerradas bajo siete llaves, en las esquinas umbrías, en los latidos perdidos, porque quería ventilarlos, sacarlos al sol, enseñarlos sin tapujos porque así es como era e iba a ser: libre, tan inmensamente libre como sólo el saldo a cero de una cuenta bancaria puede hacer sentir.

© Anabel

jueves, 20 de mayo de 2010

"La Esfera Cultural" en papel

"La Esfera Cultural" viaja en la red y en el papel. Otro proyecto por amor al arte. Echadle un ojo, os impregnaréis del entusiasmo y las ganas de un puñado de escritores locos por escribir.