domingo, 28 de octubre de 2012

Miscelánea de higos


Hoy me he levantado determinante,
decidida a abordar el bote de mermelada de higos
y a no permanecer lejos de ti.
Me niego a seguir privando a mi lengua
del amplísimo sabor a pepitas verdes
que invaden mis dientes al leer tus poemas.
Los como verso a verso,
paladeo las eses y las equis,
me caigo por los encabalgamientos
y te digiero en el punto final.
La tostada está impregnada de ti,
tan reluciente y desigual
como unas sabias pinceladas,
tan apetitosa y fragante
como un descarado capullo.
Es tu pecho desnudo,
tus manos en mi vientre,
es del color de mi mirada cuando te deseo.

Cerca de mí como la tostada mordida,
como el poema asimilado,
como la perdición de mis húmedas manos.
Hoy vas a estar dentro de mí.

© Anabel

jueves, 18 de octubre de 2012

El rencuentro




A Javier

Tuvo que ser en una playa, aunque tú y yo nunca habíamos estado en una. Así fue más de película, de esas romanticonas que tanto nos gustaban, de las que transcurrían normalmente en Nueva York, pero con un guion buenísimo, ¿eh?, me aclarabas. Siempre te preguntas por qué no nos habíamos rencontrado antes. Yo no soy de buscar explicación a las cosas del destino, al porqué de los antojos del viento, al porqué de la inconstancia de los relojes. Creo que poco podemos hacer en contra y nuestra fuerza radica en adaptarnos, en no dejarnos hundir por el hado caprichoso. Pero tú insistes, no puedes entender que ocho años nos hayan mantenido separados sin ningún tipo de contacto, con leves noticias a través de terceros de nuestras andanzas y desventuras. Mucho tiempo, tanto que los minutos se transforman en kilómetros y la distancia es mucho más tangible de lo que la mera metáfora temporal nos indica.  Tanto que estábamos a punto de acercarnos al límite de la imposibilidad de volver a vernos. Y no sólo por el tiempo y la distancia, sino por todos los acontecimientos que caben en 4.207.590 minutos, acontecimientos que alejan y difuminan los recuerdos y afectos entre la rutina y la desidia, atrapados en la cotidianidad que empezaba a hacernos dudar sobre si alguna vez existimos. Si de algo han servido estos ocho años de separación, ha sido para demostrar que los sentimientos saben burlar el tiempo, saben escapar de la rutina y que, además, si son verdaderos, se convierten en omnipotentes  en cualquier dimensión. Porque los sentimientos nunca se distanciaron de nosotros, porque ellos nos demuestran la falacia del tiempo y el espacio, porque la vida no deja flecos sin resolver y porque, también hay que decirlo, las redes virtuales, a veces, ayudan en la tarea de unir.

Tras un mensaje de solicitud de amistad en Facebook, me pediste el teléfono. Rápidamente te lo di. Sonó el móvil:

— ¿Eres tú? —ese acento tan sutil y andaluz me hizo cosquillas en el alma.
—Claro que soy yo.
— ¿Dónde estás? —tan curioso como siempre.
—En una playa de Galicia.
—Y ¿qué haces tan lejos?—preguntaste.
—Acercarme a ti.

La certeza de que nunca más nada ni nadie nos volvería a separar estalló sobre nosotros en forma de sonrisas y de la humedad de la ría.

© Anabel

lunes, 1 de octubre de 2012

Gotas de vida







Cualquier tiempo pasado fue peor,

me lo dicen los huesos

cuando se me humedecen con la nieve y la lluvia

que nunca antes cayeron

ni sobre mí, ni sobre ti.

Sólo temo que el agua de la vida

me resbale, otra vez, sobre la piel

sin estampar más huella

que algún vago recuerdo

de lo que pudo ser y nunca fue.


© Anabel