lunes, 21 de marzo de 2016

Gilda



Quisiera ser la Gilda que,
al quitarse un guante infinito,
convincente se desnuda;
aquella que varía el clima
con un solo parpadeo o con un golpe de melena.
Imposibilita mi deseo carecer de guantes
y tener las pestañas escasas.
Sin embargo, me reconozco
en la Rita de ausente mirada,
en la alcohólica que no recuerda porque no quiere,
en la mujer madura que mira hacia atrás y no ve nada,
en la actriz que ama porque se lo ordena un letrero.
Aquella a la que le cortaron el cabello y la tiñeron de rubia
y que jamás volvió a sentirse,
con certeza, hermosa.


© Anabel

lunes, 14 de marzo de 2016

Insignificancias




I
Es mi vida tan miserable
como la de una mosca,
la duración es lo único
que las diferencia.

Y, al menos,
ella vuela.


II
No se puede perder aquello por lo que no se ha luchado,
tal vez por eso no retuve el espíritu de los ochenta.
Es el siglo XXI quien me despierta cruel
de mi letargia inútil,
quien me pincha con sus agudos vértices,
quien me echa en cara las equis de las etiquetas,
quien me recuerda lo que insisto en olvidar.
Busco la ceguera mirando al Sol,
magnánimo me regala la nimiedad de mi ser,
lo inservible de mis devaneos existenciales.
Las gafas de sol cubren mi húmeda sonrisa:
me alivia el saber que no importa mi dolor,
la insignificancia me protege
y la culpa desaparece. 

© Anabel

viernes, 4 de marzo de 2016

Días que no volverán






Usurpadora adolescente que quiso apoderarse
de un futuro en fucsia y de alegrías ininterrumpidas
que nunca le pertenecieron.
Los sueños sin porros dejan despertares letales,
porque las expectativas colocan
y, casi nunca, en la posición adecuada.
Correr demasiado para llegar al mismo destino
no vale la pena si es el viaje lo que se pierde:
el periplo y sus recovecos
será lo único que recordemos.
Tarde se aprecia, demasiado tarde para llegar a Ítaca tan pronto.
El aprendizaje apresurado, la esclavitud hormonal,
la dicotomía casa-calle, que siempre vencía el asfalto,
el alcohol y la música, benditos bares,
el olor a tabaco y hierba en las bragas.
¿Qué me queda de los ochenta?
La nostalgia y unas cuantas arrugas.
Y algo que no puedo reprimir:
que el corazón me lata desaforado al escuchar
aquellas melodías que me hacían creer
que todo era posible,
que el tiempo era infinito y
que, sin dudarlo, podía ser del lugar la reina.


© Anabel