Sol ardiente de junio de Lord Frederic Leighton, 1895
Si
supieras que esta noche he soñado contigo; que hemos hecho el amor entre las
iniciales bordadas de tu mujer; que me has exigido otra cita antes de abandonar
tu casa; que no me has dejado ir sin robarme otro beso en el pasillo. Si supieras
de qué manera he soñado contigo. Si te lo dijera…
Si
tuviera el valor de contártelo, imagino que te sorprenderías y, una vez
asimiladas mis palabras, una mueca indecisa invadiría tu rostro al tiempo que
tus pies se echarían hacia atrás, apartándose de un camino que jamás
recorrerían. Me quedaría plantada cual caña a merced de la intemperie, mirando cómo
tu reticencia se aleja de mí con prisa acuciante. Es probable que así fuera en
el mejor de los casos, aunque estoy segura de que, en momentos de soledad o de
aburrimiento, un céfiro traicionero susurraría a tu oído imágenes de mi soñado
relato: cuando los reproches cotidianos
invadieran tu espacio vital; o mientras leyeras las mismas noticias deprimentes
de siempre; o cuando tus hijos te respondieran a portazos; o en las noches que
ya sólo te ofrecen recuerdos lejanos, en esos instantes, te vendría a la cabeza
mi escote abierto en canal, desprendiendo la fragancia ácida y penetrante que
sólo el deseo posee; sentirías la electricidad que asalta en el roce de pieles;
escucharías mis jadeos salpicándote;
paladearías mi saliva en tus labios y mi mirada en tus ojos pidiéndote un poco
más porque todavía no llego y tu pene te descubriría que realmente te resulto
peligrosamente excitante. Llegados a este punto, me atrevo a apostar que la
noche te brindaría un sueño húmedo en mi cama, sobre mi respiración, dentro de
mi vida onírica. Al día siguiente, cuando coincidiéramos en el trabajo, tal vez
te sintieras turbado por haber estado desnudo ante mí, por haber averiguado mis
secretos más íntimos, como si hubieras leído mi diario, pero, a continuación,
tu pudor se convertiría en poder al acordarte de cómo habías satisfecho cada
poro de mi piel, resguardados los dos bajo esa noche impune que sólo nosotros
habitamos. Y entonces nuestros ojos comulgarían, nos sonreiríamos con la
confianza que proporciona la certidumbre de haber satisfecho el apetito del
otro. Ese sueño de deseo complacido significaría nuestra unión más allá de la
realidad, nuestra realidad más allá de lo tangible.
Si
te dijera que esta noche he soñado contigo, estaría regalándonos una noche de
auténtico e inalterable amor.
−
¿Sabes, Jaime? Hoy he soñado contigo…
©
Anabel
No hay comentarios:
Publicar un comentario